Todo era lluvia.
El hastío, la sombra, los viernes por la tarde.
Caminaba empapado, mis pies mirando el río.
Mis ojos náufragos.
Mi camisa suelta.
Las diez lágrimas que derrame en el puerto
dolieron y vos sin quererlo…
Añoro esos vientos húmedos
y el andar husmeante de una vieja que refriega el piso de su viejo bar,
sin saber quien soy o de dónde vengo.
Antiguo en mi morada, sobre esta tierra digna,
intento ser fiel a la lluvia, a estos pies, a ese bar, y seguir mojándome.
Nicolás Salgado